La crisis sanitaria por el coronavirus ha provocado un inusitado auge del teletrabajo a escala mundial. Si bien no puede convertirse en el estándar, el trabajo remoto ha probado ser una opción viable y efectiva, apuntalando también la digitalización. Los cambios vividos en la relación empresa-empleado se prevé perdurarán más allá de la pandemia, dando pie a esquemas de trabajo distribuido y una cultura organizacional más ágil y flexible.
Desde el inicio de la pandemia del COVID19 nuestros esquemas de trabajo se han visto modificados sustancialmente. Debido al confinamiento y las medidas de control para superar la crisis sanitaria, millones de personas en todo el mundo se vieron -de improviso, pero masivamente- trabajando de forma remota desde sus casas.
Hoy, seis meses después, el 93% de la fuerza laboral mundial continúa viviendo algún tipo de restricción para acceder a su lugar de trabajo, según el informe de la OIT de junio de 2020. Y el inusitado auge del teleworking ha dado pie a pensar si ésta será la forma de producir en el futuro, al menos para aquellos roles no ligados a una ubicación física concreta.
Antes de la crisis por el coronavirus prevalecía cierto escepticismo respecto a la productividad del trabajador fuera de la oficina. No obstante, en estos meses el parque empresarial no sólo ha podido comprobar la efectividad del trabajo remoto, sino que también ha disfrutado de sus reales beneficios.
De allí que muchas empresas ya han manifestado su intención de establecer esquemas más flexibles, permitiendo que sus empleados trabajen desde casa al menos parte del tiempo, una vez que se acaben las restricciones.
Ciertamente hablar del “fin de la oficina” resulta exagerado. La OIT estima que sólo el 27% de los trabajadores en los países de altos ingresos podrían trabajar de manera remota. Todo dependerá del proceso productivo. El teletrabajo, por tanto, no puede convertirse en el estándar. Sin embargo, se prevé que esta suerte de “proyecto piloto” que logró mantener a las empresas a flote dejará una huella más permanente, transformando en mayor o menor medida nuestras relaciones laborales.
Empleadores y empleados de todo el globo están explorando cómo capitalizar los beneficios del teletrabajo, cómo adaptar las nuevas prácticas de trabajo distribuido y colaborativo que han ido surgiendo, sin perder el valor social y económico del espacio laboral. Veamos de qué manera.
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La crisis del COVID19 parece haber sido el impulso que faltaba para la llamada transformación digital. La respuesta del mundo a la crisis sanitaria desembocó en la adaptación del lugar de trabajo más rápida que se haya visto en la historia. Las reuniones virtuales y el trabajo distribuido son hoy un lugar común, mientras que la actividad económica continúa creciendo en las plataformas digitales.
Durante mucho tiempo se habló de transformación digital en términos de competitividad, dando prioridad a digitalizar la relación entre empresa y consumidor. La pandemia, en cambio, nos obligó a desentrañar rápidamente cómo virtualizar la relación entre el empleador y el empleado, entre un trabajador y sus compañeros de equipo, acelerando tendencias como la automatización, la digitalización y la innovación.
Incluso aquellas empresas que se encontraban en las primeras fases o no habían siquiera iniciado su transformación digital tuvieron -o ahora tendrán- que disponer de programas para la colaboración y el trabajo a distancia, las videoconferencias con muchos participantes, el intercambio de documentos en línea, así como el liderazgo y la supervisión de proyectos en remoto.
Ciertamente gran parte de esas herramientas no eran novedosas. Estaban allí desde hace tiempo, pero no contábamos con la cultura para aprovecharlas. Hoy las reticencias han desaparecido. La virtualización impuesta para salvaguardar la salud pública sirvió como acelerador de una cultura digital y una cultura laboral más ágil y colaborativa -en favor del trabajo distribuido-, que parece prevalecerán.
Así, según un sondeo de la consultora PwC de junio de 2020, al 73% por ciento de los empleados le gustaría trabajar de forma remota al menos dos días a la semana, incluso una vez superado el COVID19. Asimismo, el 55% de los ejecutivos afirmó estar preparado para ampliar y flexibilizar los esquemas, para que los empleados no tuvieran que trasladarse necesariamente a la oficina.
El teletrabajo ha permitido seguir operando a muchas empresas durante la pandemia, garantizando la salud y la seguridad de sus empleados. Bien llevado, ha posibilitado un mejor equilibrio entre el trabajo y la vida privada, facilitando la atención de niños y ancianos, así como el desarrollo y cuidado personal del trabajador.
El trabajo remoto ha demostrado ser una alternativa viable. No obstante, un verdadero trabajo distribuido, con personas colaborando y aportando desde diferentes entornos, requerirá no sólo de recursos tecnológicos. También exigirá una nueva disposición tanto de la empresa como del trabajador; en suma, una nueva cultura corporativa más abierta, transparente y ágil.
¿Cómo se va a relacionar el empleado con sus superiores y sus compañeros? ¿Cómo van a cambiar sus funciones? ¿De qué manera se empoderará al empleado para que realice sus tareas con independencia, pero también con control? ¿Cómo se evaluará su desempeño? Todas estas inquietudes deberán resolverse, dando un giro a la relación empresa-trabajador.
En una época marcada por la incertidumbre y el distanciamiento social, paradójicamente está emergiendo una cultura de trabajo más abierta y empática, donde la confianza mutua, la flexibilidad, la negociación y la comunicación resultan clave. El control ha dado paso a la confianza. Los equipos están aprendiendo que no todos trabajamos de una misma manera, y que no hace falta tanta supervisión.
La gestión de recursos humanos y la relación entre directivos y trabajadores ha ido evolucionando desde el “presentismo”, el control y la supervisión de tareas, a una dirección basada más en objetivos y en la evaluación continua. El verdadero líder se está convirtiendo en un mentor que fomenta el crecimiento de cada colaborador e incentiva la responsabilidad compartida.
Más allá de las innumerables reuniones por Zoom, o la capacidad de almacenamiento en la nube para compartir documentos, de cara al futuro lo vital será contar con herramientas y plataformas que permitan la verdadera gestión del negocio, con equipos distribuidos y esquemas flexibles de trabajo.
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